DIARIO DE UN CONFINADO.
Año 2020. Un año que cambió nuestras vidas. Una noticia inesperada volcó de pronto todas nuestras ilusiones. La palabra virus se nos hacía de pronto difusa, inesperada, confusa, no tenía ningún sentido. Lo que nunca pensamos es que esa palabra tuviese el poder de sacudir y parar el mundo. Sí, el mundo se detuvo y con él se perdieron nuestros sueños, congelados por un período de tiempo incierto, se desvanecieron los simples gestos o detalles de cada día de un valor que hasta entonces desconocíamos que era incalculable. Empezó un tiempo nuevo, irreal, de fe, de deseos e ilusiones escondidos tras una ventana y a lo lejos entre el clamor refulgente de los aplausos contagiados de entusiasmo, se escuchaba la letra de una canción que invitaba a la esperanza: “Es tiempo de escondernos, tal vez sea la forma de encontrarnos otra vez”…
Y así es como la mayoría del mundo se encuentra ahora, desolado, solos, pensativos, pero sobretodo aburridos. Este último estado lleva a que toda persona se replantee cosas de su vida y que cambiar de ella. Todos los días es una aventura nueva, donde se encuentran emociones y sentimientos distintos a los de hace 24 horas. Las cosas no cambian y todo esto se hace eterno hasta el punto de no saber cuándo poder salir libremente. Por el momento seguiré con mis dudas como las de todo el mundo…
Los cambios nos hacen ser quienes somos. El rumbo que seguimos con cada pequeña decisión, con cada pequeña charla y con cada pequeño gesto, hacen de nuestra vida única y diferente. Pero sobretodo nos dan la seguridad de que tenemos el control de nuestras vidas, necesitamos saber que lo tenemos. Y no poder hacer nada ante esta situación nos quita esta seguridad, nos hace ver que quizás ese control solo está en nuestra mente, que es la vida quien mueve los hilos y, nosotros, solo nos movemos al compás de estos.
Debemos pensar, sentir y querer que cuando todo este estado de incertidumbre pase, volveremos a juntarnos de nuevo; volveremos a ver la vida como la veíamos, pero esta vez con una intensidad distinta. Disfrutaremos de un amanecer, un rayo de sol, de la brisa que vuelve a rozar nuestra cara; volveremos a ver con otros ojos lo importante que eran esos pequeños detalles que nos daba el mundo, darnos cuenta de lo que ha florecido el mundo en nuestra ausencia y no ser tan inconscientes de él y la naturaleza que nos rodea y cuidarla como hace ella con nosotros.
Cuando salgamos de esta situación podremos hacer mil cosas: podremos ir a pasear, a la playa, quedar con amigos, ir de un lado para otro sin pensar en cuándo vamos a volver o qué vamos a hacer mañana. Pero hay que pensar en lo que vamos a cambiar para que no vuelva a pasar, ya que esto es solo una muestra de que no estamos lo suficientemente atentos de los pequeños detalles que marcan la diferencia, el mundo nos lo ha ofrecido todo pero, ¿somos capaces de cuidarlo? ¿Utilizaremos todo este tiempo que tenemos para cambiar nuestro pensamiento? Podemos cambiar el mundo, mirar los unos por los otros, dejar el egoísmo a un lado y ser la mejor versión de nosotros mismos, la pregunta es: ¿Vamos a hacerlo?
Es indudable que un evento de tal magnitud como el que estamos presenciando ha conllevado a la aparición de actos de humanidad que nadie en la infinidad de su mente habría sido capaz de imaginar, no obstante, debemos aprovechar los momentos de crisis para salir reforzados de esta situación y luchar conjuntamente para que esos aplausos, esos vitoreos desde los balcones y esas lágrimas de emoción no sean solo una historieta de la que nos acordaremos cuando todo esto haya pasado. En cambio, existen ocasiones en las que el encierro provoca malestar en ciertas personas de escasa fuerza mental, estimulando a estas mismas a causar graves daños a nuestra sociedad mostrando la cara más cruel de nuestro pueblo. Sé que mucha gente no soporta el hecho de hacer de su casa una prisión, pero debemos dejar aparte los intereses propios y evitar una actitud egoísta, para que, de una forma controlada, colaboremos indirectamente con nuestros sanitarios, nuestros trabajadores, o incluso nuestros propios seres queridos…
Para esto es necesario apartarnos de ese sentimiento latente que nos nace a muchos por salir y disfrutar de nuestro entorno sin tener cuatro paredes como limitación, esas paredes actúan como una limitación física, la cual cerca nuestro entorno, pero son absolutamente traspasables con la infinidad de actividades que se pueden realizar estos días. Algunas de estas hacen que viajes a otros lugares sin moverte de más de 3m, con esto no solo me refiero a actividades deportivas o actividades de intensidad física, cosas tan simples como leer un libro, dibujar lo que se te ocurra e incluso jugar a los videojuegos; actúan como una puerta para evadirse de la realidad que estamos viviendo. Claro que evadirse de esta realidad está bien y creo que en su justa medida es necesario. Pero creo que más importante que evadirse es saber apreciar el mundo, donde aunque posiblemente seamos menos, sigamos teniendo obligaciones que cumplir y cosas que cuidar, aún más en estos días, esas puertas que dan a algún lugar donde olvidarse de la situación están bien, pero hay otras que muchas veces no nos conducen a ninguna parte y cogiendo prestada una frase de Paulo Coelho “es mejor cerrar algunas puertas no por orgullo ni por soberbia, sino porque ya no llevan a ninguna parte”.
Pero en las más profundas habitaciones, en las más oscuras esquinas de mi mente, donde las parejas se unen y perjuran al oído en una voz casi marchitable unos débiles “te amo”, donde los pájaros nos alegrarán la mañana a uno con una nota tras otra, ahí es donde cesa la esperanza en una minoría dominante y clasista. ¿Acaso somos insuficientes sin unos mercenarios callejeros que nos marginen hasta la residencia de nuestros corazones, donde cada quien vive y siente la felicidad de una manera u otra? (Manson no pensaría lo mismo) ¿Dónde estuvieron todas esas almas floreciendo en plena primavera? Ahora, las hojas del otoño reposarán con incertidumbre sobre el futuro; ¿volverá a brillar la luz del verano? Nadie podrá hablar nunca más desde la individualidad, pues sería cuanto menos criminal. La confianza cae por su propio peso en un ciclo interminable de día y noche. La desgracia diurna y la esperanza dependerá de cada quien. Admiro a quien incansablemente da la vida por los otros sin atentar contra nadie, pero como dijo alguna vez un revolucionario del que ya nadie quiere acordarse: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”.
Esta situación yo la resumiría en una sociedad que se basa en la productividad y el consumo, en la cual todos trabajamos muchas horas al día persiguiendo algo sin saber qué. Nos mandan a casa para volver a hacer familia una de las cosas más importantes que hemos olvidado. Pero este virus nos quita la verdadera proximidad, la real, que nadie se toque, nadie se bese, que nadie se abrace, todo tiene que ser a distancia. Es por eso que ahora la única manera de salir adelante es formar una piña, es ayudar al prójimo siendo responsable hacia nosotros mismos y dejar de buscar culpables y empezar a pensar qué podemos aprender de todo esto.
El ser humano depende totalmente del contacto, ahora tenemos que apoyarnos, pero no es lo mismo sin ningún beso ni abrazo. Hay esperanza y volveremos a darnos esos abrazos interminables sin ninguna preocupación, sin esa distancia. Pero por ahora, para que todo salga como esperamos hay que ser responsables, para cuidar a nuestros más cercanos seres queridos, como ellos ya han hecho con nosotros. Tenemos a la vista una nueva sociedad y economía, cuando salgamos el día de mañana a nuestras calles, todo habrá cambiado, es obvio que va a hacer distinto y este virus nos cambiará totalmente.
Nos cambiará sobretodo mentalmente, puesto que nos ha hecho darnos cuenta de lo que valen las pequeñas cosas, las cosas que antes creíamos insignificantes, ahora las consideramos como una reliquia, como ir a dar un paseo o sentarse en un banco a hablar, ¿cuántas ganas tenemos de poder hacer eso ahora? Es por ello que cuando todo esto acabe, habremos aprendido a valorar cada detalle de nuestro día a día, cada charla, cada risa, todo lo viviremos con más intensidad.
¿Antes vivíamos intensamente? ¿Antes valorábamos los pequeños detalles? No sé si tú lo hacías, pero yo… NO. Con la velocidad del tiempo y la fuerza de la rutina se formaba un bucle del cual no podía salir para apreciar a la gente que quiero, este bucle del cual acababa harto hasta tal punto que solo quería que acabase y después, como siempre, me arrepentía. Así que sí, voy a disfrutar mucho cuando salga, muchísimo, intentaré cambiar mi manera de apreciar las cosas y de ver a las personas. Pero este tiempo no lo voy a desaprovechar, no voy a desear que acabe y después arrepentirme de no haber hecho nada. Voy a desear que esto acabe mientras aprecio los detalles que una vez me fueron dados y yo desprecié sin motivo.
¿Qué podemos hacer con tanto tiempo? Antes teníamos tantas cosas que hacer, teníamos una rutina y ahora disponemos de un abundante tiempo. Antes si queríamos empezar a hacer algo, buscábamos el tiempo de donde no había y ahora tenemos aquello que nos frenaba a hacerlo. ¿Qué nos lo impide? ¿Por qué desaprovechamos el tiempo? Somos nosotros el obstáculo de poder lograr eso que queremos, tenemos todo menos la voluntad de hacerlo, porque es usual no querer hacer nada por la frase “ya lo haré” y esta frase la aplicamos para cualquier momento que se nos pase por la cabeza hacer algo diferente a lo que llevamos haciendo desde que empezó la cuarentena; dormir, tarea, ver el móvil y series.
Esta situación nos ha marcado para siempre, ya formamos parte de la historia. Nos ha hecho valorar la libertad, la necesidad de relacionarnos con las personas, de podernos ver, tocar y sentir. Pero también nos ha enseñado a valorar la familia, el hogar, el tiempo… Y a poner en práctica nuestra creatividad que creo que en nuestro día a día, en nuestras rutinas, la usábamos muy poco. Es bonito descubrir que con recursos limitados podemos seguir adelante, sin perder la sonrisa y colaborar en la mejora del mundo. Por último, quiero destacar el comportamiento general de todas y todos los canarios, los cuales hemos demostrado ser muy responsables quedándonos en casa, respetando las normas establecidas y ayudando a frenar esta pandemia.
Esta situación por la que estamos pasando, no solo los españoles sino todo el mundo, nos ha ayudado a valorar la importancia de nuestra vida cotidiana, es decir, antes no veíamos importante nuestra rutina de salir a la calle a hacer lo que tuviésemos que hacer y demás, ahora valoramos que nuestro planeta se está dando un «respiro» de los humanos, cuyos ejemplos claves son la mejora de la capa de Ozono, animales avistados con mayor frecuencia alrededor de lugares donde no suelen estar, los canales de Venecia, etc… Ahora es tiempo de reflexionar sobre las causas, y consecuencias de esta pandemia.
Viendo lo que está pasando actualmente, veo que las personas se necesitan unas a las otras, esta cuarentena ha servido para que el medio ambiente esté más limpio que nunca, los canales de Venecia tienen vida, y también, ha hecho pensar que la vida hay que disfrutarla todos los días ya que en algún momento nos la pueden arrebatar y no la podremos disfrutar. Espero que todo esto acabe para que todas las familias estén felices y no estén preocupadas.
Gracias a esto vamos a tener mucho tiempo en el cual podamos reflexionar y disfrutar, por lo que aprenderemos a valorar todo lo que nos rodea, para que de esta manera nos demos cuenta de lo que está pasando en todo el planeta. Solamente se nos pide que nos quedemos en casa por nuestra seguridad, pero por desgracia no siempre las personas lo cumplirán. De todas formas, con esta situación, la sociedad aprenderá, y todo esto quedará marcado como una cosa más en la historia que jamás se podrá olvidar. Seguramente con el tiempo esto pasará, pero eso nuestras acciones lo decidirán. Somos la fuerza, somos el motor del mundo, juntos podremos pararlo y reeducar nuestras acciones para vivir intensamente nuestra vida.
Atentamente,
4ºA ESO